21 de septiembre de 2016
Me ha llevado tres décadas elaborar un sencillo juicio sintético a posteriori.
No, no se vayan. El juicio sintético a posteriori es que los depresivos
deprimen. Es sintético porque 1) no es analítico y 2) el concepto predicado no
se incluye en el concepto sujeto; y es a posteriori porque 1) se basa en la
experiencia, 2) es particular y contingente, 3) proporciona información nueva,
y 4) es informativo más que explicativo. Y es un juicio porque… es un juicio. Les
he vuelto a perder. A ver, estas persecuciones de excitaciones neuropéptidas a
través del ejercicio chocan frontalmente con mi Weltanschauung pasota. Si tienen ustedes más de cuarenta años no
necesitarán traducción de estos dos términos. También les ahorraré lo que constituía
la Anschauung —como intuición o
percepción interna o externa— para Kant. Anda que no soy majo.
En mi época de formación la conducta deseable, la traducción local de lo
búdico-jainista y el canon para la vida apacible, la búsqueda de la felicidad y hasta la obtención y disfrute del amor físico fue el pasotismo. Esta modalidad de laissez-faire —tan
garrulo como la sociedad y país de la época— prohibía contemporizar con ningún tipo de mejora —y hasta de higiene—. Que
algo —o alguien— te importara de algún modo se consideraba un error
violentamente burgués. Las drogas, claro, eran el alcohol, la marihuana y la heroína. Aunque
no sabíamos qué nos había herido, antes de darnos cuenta necesitábamos muchos
analgésicos. No quiero hablar por mi estúpida generación que, aparte de ver la
televisión, tardar muchísimo en acabar Derecho y tener hijos y más hijos, ha
permanecido al margen del relato de los dos últimos siglos, pero era lo que
había. En total: los depresores impiden que los imprevisibles transmisores
neuronales actúen. Decidir que esto sea bueno, malo, conveniente o
inconveniente es lo que me tiene dando tumbos sin ton ni son desde hace una
semana.
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