jueves, 27 de noviembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. Aire




27 de noviembre de 2014

Frío contundente y viento de cara tanto al correr en dirección norte como al correr en dirección sur. Me pasa mucho. Hoy en la esquina rosada no escucho nada destacable. Es una esquina, como digo, geosimpática y singular. Enorme. Donde acaban la Avenida de la Facultad (muy apropiado) y la calle Cartagena, va a morir o empieza la Corredera (oh), da a la plaza de toros y hacen chaflán un bar panorámico y una tienda de motos. También está el que, durante años, fue uno de los dos lugares de León donde se giraba a la indonesia (ciento ochenta grados sin necesidad de dar la vuelta a la rotonda).




Más pronto hablo de Pla, más lo veo en todas partes. Han reencontrado o publicado unos diarios veteranos, de la masía. La otra punta de El cuaderno gris, digamos. Están escritos, como es natural, muy bien y con mucha mala leche. Pero debemos tener cuidado con lo que anotamos: sólo destacan que bebía más de la cuenta y que se la cascaba. El hombre habla de más cosas. Hasta trata turbios asuntos de espionaje y de política internacional. Pero sobre todo sacan lo de empinar el codo. Y lo de las pajas.






Pero un hombre no corre con el hígado. ¿Con qué corre un hombre?










miércoles, 26 de noviembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. Carpanta



25 de noviembre de 2014




No suelo, al contrario de otras personas, que parecen estar siempre en lugares donde el ingenio abunda, oír nada memorable. Pero hoy, al volver a casa de dar carreras, la esquina que me proveyó la conversación gastroabusiva hace cuatro días y a la misma hora (la de la voluntariosa niña que quería hacerle la cena a su papá), me proporciona otra: esta vez habla un individuo muy grande contra uno pequeñín y abetunado: El otro día me jalaste media hogaza. Cuando me alejo: Y el chorizo también me lo acabaste. Es una esquina extraña y costumbrista, nada atlética, de un humor perplejo.




La obligada compañía del corredor en círculos. La escapada



23 de noviembre de 2014

Hace años que para mí los domingos se desarrollan estrictamente igual que el resto de las jornadas. Quiero decir que hago lo mismo (muy poco). Aún así siguen siendo días especiales, exangües, sin articulaciones.

Leo el párrafo de arriba y me doy cuenta de que me resulta imposible hablar de los domingos sin sobar un poco el estilo de Pla. De un catedrático que le da clase, y al que supongo provisto de numerosos chalecos, afirma que es muy bonito. Como un conejito recién peinado añade. También escribe de unos minerales dispuestos sobre una mesa que parecen piedras domesticadas.

Un conocido me cuenta su maratón en San Sebastián. Lo innúmero y cariñoso del público (a diferencia de los huraños y ralos espectadores de León, que también conoce). Él posee la contrastada certeza de que se corre más si le animan a uno. Me pregunto sobre mi propia capacidad de sugestión. Nunca he corrido en público (por decirlo de algún modo). Creo que si alguien me jalease de cualquier manera mientras corro me pararía inmediatamente, iría muy despacio hacia esa persona y le preguntaría, concernido, si se encuentra bien.







domingo, 23 de noviembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. La costumbre de los demás



21 de noviembre de 2014

Mañana:

La conversación roma, la mansedumbre de los españoles, el cretino tratamiento informativo de casi todo y el espesísimo fango que nos rodea me enfurece. Y me enfurece enfurecerme: dejarme afectar por la estupidez ajena me parece un defecto que debería haber corregido hace mucho.



Tarde:

Estoy en buena forma, lo que (también) me viene mal: luego lo aprovecho para intoxicarme. Corro casi una hora sin fatiga, y luego hago sprints y flexiones y así. Lo acabo dejando. Me voy a casa. Porque me aburro. Hay un momento en que estoy expiando o redimiendo las cañas y la irritación y las frases hechas y los diferentes lodos de la actualidad mañanera… ¡y lo entiendo todo!: no estoy corriendo con mi cuerpo de hoy (ni de ahora) sino con el de los ayunos y las gimnasias de hace treinta días. Dentro de treinta días haré ejercicio con el recipiente de hoy: el del mal humor y las cervezas gordas y me preguntaré por qué sudo y resoplo y me canso.

Asimismo lo que pienso y escribo y hasta lo que me enfada no es lo que ocurre ahora mismo, sino lo que creen las sinapsis cerebrales que se crearon cuando era bueno o aprendí algo.

Al volver a casa oigo a una niña animando a su madre para que, imagino, ejecute alguna actividad extrafamiliar: Ya le hago yo la cena a papá. Vuelvo a enfadarme (no me cuesta nada, oiga). ¿Por qué cojones somos capaces de posar una sonda encima de un cometa a ciento cincuenta millones de kilómetros pero hay que hacerle la cena a papá? El progreso, como los batracios anuros, avanza a saltos no lineales.










domingo, 16 de noviembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. Ya eres un niño grande



16 de noviembre de 2014

Mitad de noviembre. Provincia, oscuridad, frío, lluvia, ¡domingo por la tarde! Salgo a correr ejerciendo un acto de voluntad pura contra mí mismo y, además, contra todos estos factores. Debo impedir que el domingo gane. Si fuera un niño probablemente me hubiera puesto a hacer los deberes.

Vivir la vida. Como si se pudiera vivir otra cosa. Los anuncios navideños empiezan a esparcir sus babas. Estas propagandas se basan en el argumento ontológico de San Anselmo (se enseña o demuestra a priori que la Navidad existe; si la publicidad puede concebir una Navidad es que hay una Navidad, la que ellos describen) o en un pleonasmo en bucle: la felicidad nos es proporcionada por los demás y nosotros debemos retribuirla con objetos, lo que a nuestra vez nos hará felices y se lo volveremos a deber... Veo la publicidad de la publicidad (!) de la Lotería Nacional de España. Este año no apela a la codicia más o menos abstracta, sino al odio, la envidia y, sobre todo, al miedo. El terror a ser pobre, además, en solitario. La atroz circunstancia de que personas conocidas se hagan con algunos bienes y lo menesteroso de tu existencia resulte aún más visible.

El amor en película (ya lo hemos comentado) se filma alrededor de un eje más o menos giratorio; la libertad, en amplios travellings. Con la felicidad la cámara se porta de forma más morosa, acercándose al personaje, que pone cara de bobo. Al final el contraplano es uno mismo. Que vive la vida. Los corredores son muy de vivir la vida. ¿Me siento más vivo corriendo? Me temo que sí. Es terrible. Bueno. Tanto el hombre en éxtasis como el que se ahoga levanta los brazos, dice Kafka.



En esto me ha convertido el capitalismo cleptocrático, el cine norteamericano y los anuncios de turrón: en un bebedor solapado y subrepticio que acude a actos culturales para disimular.




sábado, 15 de noviembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. Cracked actor



11 de noviembre de 2014


Termina abruptamente este extraño verano de seis meses, como si la ciudad entera, situada en la espalda de una enorme bestia meridional, se hubiera despertado y reorientado hacia el septentrión de repente: al antiguo, crujiente y tenaz frío. Cambio de equipamiento y de tiempos y distancias. No tiene que ver con la climatología, claro.

Trato aquí de relacionar la disolución de la personalidad con el ejercicio, el ejercicio con la persecución: del consuelo por la inercia y comprender si resulta trágica o reconfortante la imposibilidad de que uno vea su propio rostro. Mi mujer me dice que no tiene ni puta gracia. Ya.

Nos pasamos la vida en sociedad haciendo comedias. Interpretando. Es agotador si uno se molesta. Envidio a la gente que, en público, aparece muda o estupefacta, sin esforzarse en caer bien, en convencer o simpatizar. Los espectadores. Que contemplan.

Nuestra cara, que no distinguimos más que en imágenes o reflejos, es a la vez el logo y el producto. La voz, el cuerpo… ¿es el mensaje? ¿Qué distancia hay entre la realidad y lo que ven? Dice Vonnegut
«somos lo que simulamos ser, así que debemos llevar cuidado con lo que simulamos ser»*. ¿Qué simulo ser dando carreras o pintando o dibujando o dando voces? A mí me parece que un imbécil. Igual estoy llevando a cabo un gran trabajo.



*Kurt Vonnegut. “We are what we pretend to be, so we must be careful what we pretend to be.” — from Mother Night.

El asombroso por lo nulo desgaste de las suelas de mis zapatillas, hoy. Después de dos años y pico.













martes, 11 de noviembre de 2014

La obligada compañía del corredor en círculos. Sopa de pollo para el alma



4 de noviembre de 2014


El correr es… como… la vida, que afirmaría con solemnidad Murakami. Quiero decir con la pendejada que resulta injusto y arbitrario. Permanezco (a ver que lo miro) cinco días sin salir y bebiendo y comiendo normal y me encuentro otra vez blandito. Si hago ejercicio y ni como ni bebo durante cinco días no hay la misma diferencia. Esto es un descompensado sindiós y un descalzaputas (como la vida). Me enfado.

Mientras tanto (quam minimum credula postero) me afano cada día, en efecto, como si fuera el último: con infinito terror a morir, triste por la fugacidad de lo perceptible y arrepentido de haber desperdiciado mi tiempo.

¿He sido hoy más feliz que ayer? Esta pregunta la hacen de verdad en esos tautológicos tests sobre ‘bienestar subjetivo’. No quiero escribir (más) obscenidades pero ¡¿hay algún test sobre bienestar objetivo?! Correr (aparte de ser ingrato como… ejem… la vida) es aburrido. Resulta alarmante que, de todas mis actividades, sea la que tenga más interés. ¿Qué vidas llevan los que escriben autobiografías? ¿Cómo de memorables son sus operaciones cotidianas? ¿Qué valiosos o considerables tratos reflejan en sus volúmenes? Sobre todo, ¿cómo de en serio, y durante cuánto tiempo, debe tomarse uno a sí mismo? Todos estos procedimientos de los que he hablado (correr, divertirme, impostarme, ejercitar un egoísmo aún más energuménico…) se me dan francamente mal.