sábado, 6 de julio de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. Beatus ille o I fought the lawn (and the lawn won)



6 de julio de 2013


Vuelvo a vivir temporalmente con el sauce llorón más valeroso del mundo y mis cipreses, surtidores de poca sombra y mucho sueño. Y no corro nada porque estoy ejecutando cosas campestres. Y porque hace mucho calor. Y porque me lacero las extremidades inferiores con ingratos trabajos de mantenimiento y por el cambio del ejercicio monótono y muelle con zapatillas buenas (dotadas de enormes y caras amortiguaciones) a retorcidos deberes con innobles chancletas incluso de dedo. Hasta tres pares de sandalias han masticado primero la orografía ora empapada ora agreste del pegujal y luego (y con mayor ferocidad) mis delicados pies. También me hago heridas en manos y brazos, pero no me valen como excusa para no salir a dar brincos. Que me canso y me hago ampollas y abrasiones, oigan; me habían entendido desde el principio. No ignoro que me esperan los balastos de la fase I del Canal Bajo de Payuelos. Y los extenuaré en cuanto acabe de cortar el seto. Ya he rapado dieciocho metros. Sólo me quedan cuarenta y dos.

Este año no trato (mucho) con técnicos de neveras, motores y aires acondicionados y sí con… herreros. Dos. Dos herreros. Ante la enorme tarea de soldar una bisagra y conociendo la fragilidad de las operarias promesas que me han roto el corazón con anterioridad, como un nuevo Marte contacto astutamente y sin decirles nada con ambos expertos… ¡a la vez! ¡Mu ha ha ha ha!

En sus vulcánicas fraguas, curiosamente, no se oye el fragor del martillo sobre el yunque y sí el cloqueo de sus gordas gallinas. De hecho varias veces sólo se oye eso porque ellos no están. El ganador cuando va a casa me aconseja que ponga yo también gallinero. Que sitio tengo. Le digo que en Hefesto. Pero creo que no me pilla el chiste.