miércoles, 30 de noviembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. Impermeable II

21 de noviembre de 2016 Ansiedad

Por la mañana nado un rato en el calor de invernadero de la Sociedad Deportiva Venatoria mientras tras la cristalera vuelve a llover sobre las azules cisternas y amenas praderas del exterior.
Por la tarde salgo a correr río arriba y abajo. Mi dormitorio empieza a oler a vestuario de caballeros.






24 de noviembre de 2016 La noche del millonario

Anoté para completar las notas de este día dos palabras: frío y diagnóstico. Ya no me acuerdo qué cojones quería decir. Probablemente que hacía frío.







25 de noviembre de 2016 Sound and visión

Sam Shepard en sus cuentos de motel saca muchos ruidillos. Da ambiente. Claro, que son sonidos vaqueros y machos: coyotes, viento de sorrasca, sirenas, silbidos de trenes lejanos… Yo soy más de tafos. Hoy en el río aromas a morcilla en vez de a cloaca o maría; es curioso.








29 de noviembre de 2016 Funes el desidioso


Todos alcanzamos lo que queremos… diría un libro de autoayuda —como si alguno no lo fuese—… cuando nos tire del pijo conseguirlo, añadiría yo. Lo mismo da que pidas que se reproduzcan tus leucocitos, aprobar una oposición o que te crezcan las tetas. Lo conseguirás, morirás en el intento o dejará de importarte. No hay más alternativas. En dos días, mi cumpleaños. Cincuenta. En plena forma —corro hora y pico, hago cien fondos, tengo dos empleos, la, la, la, la…—. Qué bien.













domingo, 20 de noviembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. Glandfinger

20 de noviembre de 2016


No he tolerado entera —creo— ninguna película de 007. Trozos, a menudo, de casi todas. Son hilarantes. Las más torvas o serias son las últimas, con el apretado —incluso sus músculos están fruncidos— Daniel Craig. Veo una escena particularmente curiosa de Casino Royale: mientras juega una partida de póker, el villano le envenena. En vez de desmayarse y despertar atado a algún mueble, se desfibrila, se opera, se da incluso puntos o se pone algunas grapas —me parece— y vuelve a la partida. Luego, en vez de antibióticos, se toma una copa y se come un filete. Eso no lo había visto nunca. Por primera vez en la historia del cine —del cine, repito: los dioses siempre han hecho cosas rarísimas con las tripas— el héroe presume de la fortaleza de sus órganos internos. ¡Toma esto, maldito! ¡Mira qué páncreas! ¡Sufre con mis jugos gástricos! ¡No podrás con mis fértiles ganglios!

En Inglaterra por Navidad ponen películas de James Bond. Como aquí en España ponen de Jesucristo o de Joselito. Claro, que en Inglaterra James Bond es tradicional; parte del folklore. Lo que sería aquí Torcuato Fernández Miranda.




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Al carecer estas notas de tablas, cuadros, gráficos, cronogramas e historiales pedestre/clínicos solo tengo la seguridad —eso es posible averiguarlo por las fechas— de que salgo a dar brincos más domingos que cualquier otro día de la semana. También sé la razón. La única por la que hacemos todo: la que aúna sexo y vanidad, instinto reptiliano y razón, ácido desoxirribonucleico y literatura: el miedo. Hoy vuelve a ser domingo. Oscuro. Frío. Lluvioso. Profesional.







miércoles, 16 de noviembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. The natives are restless


15 de noviembre de 2016
El miedo del portero ante la soledad de fondo



Perihelio y afelio. Perigeo y apogeo. El Sol se separa de nosotros —o nosotros de él, dicen los listos— hasta cinco millones y pico de kilómetros. La Luna, hasta cincuenta mil. Ahora —hoy— se supone que está muy cerca. A trescientos cincuenta y seis mil en vez de a los cuatrocientos seis mil que se pone a veces. No sé por qué me ha quedado el párrafo como si estuviera hablando de a cómo está el añojo.

El satélite no se percibe más grande, claro. Pero, como desde los cuatro años tengo la impresión de estar perdiéndomelo todo —tanto sucesos como personas—, después de aplazarlo el día entero, salgo a las ocho de la tarde. A contemplar la —falsa— superluna. Me doy unas carreras, me estiro, me encojo, me alzo y me agacho, me propulso y me freno; vuelvo a casa y se me olvida mirar el cielo. A ver por la ventana... Sí. Ahí está. Luna llena. Impresionante. Igual que todos los meses.

Sigo leyendo artículos marcianos y tomándomelos en serio un rato. Es otra de las señales del carcamal: que se repite. Haciendo cosas y contándolas. Y mascullando en bajo por la calle —y escribiendo mascullar—. Siete síntomas de que uno padece diabetes. Los tengo todos, por supuesto: varias modorreras, sed, ganas de orinar, pérdida de peso, visión borrosa, hormigueos sin especificar… El mismo suelto puntualiza que para evitar esta cruel patología es bueno hacer media hora —¡media hora!— de ejercicio diario —¡diario!—. Con media de ejercicio diario no evito la diabetes: evito que en los próximos Juegos EEUU nos adelante en el medallero.









El clásico ANTES y DESPUÉS. A la izquierda, el autor en las playas de Portugal este verano, tratando de respirar. A la derecha, mucho más fino, en nuestros días.









16 de noviembre de 2016 La soledad del corredor de fondo ante el penalti

Resulta que la superluna no sale hasta su hora. Aunque sea superluna no tiene supervelocidad. Así que hoy tampoco la veo en la inusualmente templada —aunque igual de tenebrosa que estos últimos cinco años— orilla del Bernesga. Que recorro entera hacia arriba y hacia abajo. En ambas direcciones; que no sentidos —la gente tiende a confundir dirección con sentido—. Sentido el río solo tiene uno. Más que yo.













domingo, 13 de noviembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. Minuto y resultado

13 de noviembre de 2016


Mañana, rastro, solecito, etc… Atribuyo que el tiempo sea una construcción humana y lineal —a un neutrino le da igual que sea noviembre— a que sea imposible modificar el pasado. No puedo tampoco, jamás podré, corregir las cervezas o las idioteces de ayer; resulta igualmente imposible disfrutar el presente, entrópico y dinámico hasta su inaprehensión, ni —claro— gozar un futuro que nunca llega. No existen las dimensiones: una pared no está a una distancia sino a un tiempo que, al ser percibido por cada persona de una manera diferente —al igual que el color—, puede que no exista en absoluto o sea una singularidad: que se acerque de forma constante a un número infinito.

Una cosa que no entiendo: si el tiempo o los tiempos son inexistentes o no mensurables… ¿por qué todos los domingos son una mierda?












jueves, 10 de noviembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. Vaciar la piscina

2 de noviembre de 2016 El orden natural

Corro muy rápidamente un circuito corto porque he quedado, así que me doy mucha prisa. Luego estoy once seguidas horas en los bares viendo el fútbol y tomando cerveza. Ninguna de las dos cosas tiene mayor interés. ¿Por qué consigno una y no otra? Es más, ¿por qué consigno alguna? La respuesta es: disciplina. O su ausencia.






4 de noviembre de 2016 Drain the pool

A las seis y media ya es noche cerrada. Cemento húmedo. Oscuridad. Como trotar en una cinta. En un búnker. Cuando uno está solo ansía compañía, cuando consigue compañía busca amistad, cuando tiene amistad quiere amor y cuando tiene amor quiere volver a cualquiera de las otras casillas. Así pasamos el tiempo, de escaque en escaque, haciendo el berzas; en vez de proteger al rey o tapar las diagonales de los alfiles, que es para lo que —se supone— estamos en el tablero.



De una manera u otra todos los días veo alguna gacetilla perogrullesca sobre nutrición o ejercicio. Acabo de terminar una que establece y asevera —lo juro— que el agua no tiene calorías. En serio. ¡Cero! ¡Ninguna! Y que debería formar parte de cualquier dieta. Otra que basta adelantar la cena a las dos de la tarde para eliminar su pesadez nocturna —no, no propone en cambio acostarse a las nueve y media de la mañana para alcanzar igual propósito—. Los artículos que hablan de correr afirman de forma solemne que debe uno evitar completar un maratón el primer día y que es mejor no romperse los ligamentos o fracturarse ambas clavículas. Aprendo mucho. Cualquier día leeré que el ozono, el helio y el nitrógeno están bien; o que deberían poner más carbono en los colegios. O en los niños.


8 de noviembre de 2016 Los homicidios

Otra jornada de engaño a la sociedad. Voy al dentista: que fenomenal —cero euros—. Renuevo el carnet de conducir. Me toca un doctor de los que me gustan: borrachín y charlatán, de película de John Ford, capaz de decirle a alguien en coma que está hecho un toro. Vista de rapaz, reflejos de portero de primera división —dice. Ochenta y cuatro euros—. Luego, con la luz de fundido a blanco de la cellisca, salgo a dar carrerinas. Me parece que estoy absorbiendo y aprovechando la energía del Sol, pero a lo tonto, ya que ninguna vaca me come.



Estoy a punto de cumplir cincuenta años y me acabo de dar cuenta de que no he dado un paseo en mi vida.






















miércoles, 2 de noviembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. Los muertos

17 y 19 de octubre de 2016 Odio o Run like everybody is watching


Nunca he competido. Bueno, alguna vez de chaval —diluido casi de forma homeopática en un equipo de fútbol—, pero ya ni me acuerdo. He opositado, pero, como me daba exactamente igual aprobar, tampoco sentía la animadversión supuesta —y exigida carnívoramente— por mis rivales, a los que veía trasudar, colorados y ceceantes delante del tribunal. Por eso me sorprendo sintiendo auténtico odio e insultando entre dientes a una lejana señora de gran pandero y ofensivo chándal que trota muy despacio sin doblar las rodillas y a la que no consigo alcanzar. ¿Es esto el espíritu olímpico? Debo decir que ayer salí a divertirme y beber y lo único que no conseguí fue divertirme. Esta excusa forma parte del carácter o esencia del deporte; después de todo y como dicen los ajedrecistas: jamás nadie ha derrotado a un rival al que no le doliera la cabeza.









21 de octubre de 2016 Apetitos

Veinte veces. Desde que cerré la temporada de verano el día diecisiete de septiembre —En España agosto termina a principios del mes de octubre— he salido a dar brincos veinte veces. En treinta y un días, ¿qué he conseguido? Perder —muy poco— peso y volumen y, extraña, inopinada y desproporcionadamente, incrementar mi libido a ridículos niveles adolescentes. He estado a punto de preguntarle a mi mujer si me está echando algo en la comida. ¿A qué viene esto? Se supone que me embarco en tan narcisistas escaladas para proporcionarme serenidad, contento mineral y paz —también— metabólica; no picores priápicos que a nadie aprovechan ni benefician. Venga. Ya está bien. Soy un señor mayor.





23 de octubre de 2016 Gliptoteca

Rastro. Río. Solecito. Nubosidad variable. Me ha costado, pero creo que he conseguido joderme el tendón de Aquiles del pie izquierdo. Mis hormonas y emociones siguen bailando la conga. Ahora de vez en cuando siento una desoladora y afilada tristeza y hasta lloro como una plañidera siciliana mirando series —abundancia de mocos y todo con el San Junipero de Black Mirror—. Así que, dolorido, estimulado y triste he llegado a la conclusión de que debo estar embarazada.









1 de noviembre de 2016
Yo solito

Domingo falso. Gran silencio. Hoy es martes y Día de Todos los Santos, Samhain, Halloween o Los Muertos. Aprovecho esta semana de cuidados —mi tendón de Aquiles parece haber vuelto a su tensión original— y me emborracho dos días no consecutivos. Lo que parece estabilizar —algo— mi loca, loca testosterona. Eso no lo ponen nunca en los artículos sobre nutrición o gimnasias. Podría cubrir yo ese hueco. Podría cubrir todos los huecos.


Retrasan —aparte de todo lo demás— la hora. Ya se hacía de noche antes. Es lo natural. Pero ahora me da la impresión de que oscurece más rápido. Quiero decir a mayor velocidad. Inmediatamente. En pocos segundos. Como si girasen una llave. Aprovechan además para bajar la temperatura diez grados. Igual. De repente.