30 de marzo
de 2016
Estoy muy desmotivado. Así
que corro muy poco, muy poco tiempo y ni adelgazo ni nada. Al héroe de La conciencia de Zeno —Zeno Cosini— del
que ya he hablado alguna vez, le costaba mucho dejar los líos de amantes y el
tabaco. No es mi problema, desde luego; son dos temas que he superado —casi escribo
fácilmente, Dios me perdone— hace
años. Después de un pequeño revés económico —no puedo permitirme grandes reveses económicos— me dan ganas
de comer como un arzobispo y beber como un antropófago y viceversa. No me
siento orgulloso de decir que el dinero me cambia el humor de forma radical. De
manera unívoca y definitiva: si tengo dinero, estoy contento y opero de modo
más funcional; si no, no. Así de simple. Es una propiedad vulgar de mi naturaleza,
ni vistosa ni recomendable. Así que, en efecto, hago las cosas por dinero. Es
mi objetivo y recompensa. Ignoro quién fue el primero que dijo la simpleza de que
escribía —o que pintaba o que había aprendido a atarse los cordones de los
zapatos— para que lo quisieran. Yo corro o cavo o escribo o dibujo o pinto o
reniego a cambio de —o esperando inútilmente— dinero. Luego, si lo obtengo,
pues me quiero a mí mismo y me celebro. Cabría la posibilidad de que, al final
del todo, en algún caso, yo quisiera a alguien y esperase similares afectos. Como
el proceso es interrumpido cada poco en sus primeras fases, me veo incapaz de averiguarlo.