domingo, 20 de noviembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. Glandfinger

20 de noviembre de 2016


No he tolerado entera —creo— ninguna película de 007. Trozos, a menudo, de casi todas. Son hilarantes. Las más torvas o serias son las últimas, con el apretado —incluso sus músculos están fruncidos— Daniel Craig. Veo una escena particularmente curiosa de Casino Royale: mientras juega una partida de póker, el villano le envenena. En vez de desmayarse y despertar atado a algún mueble, se desfibrila, se opera, se da incluso puntos o se pone algunas grapas —me parece— y vuelve a la partida. Luego, en vez de antibióticos, se toma una copa y se come un filete. Eso no lo había visto nunca. Por primera vez en la historia del cine —del cine, repito: los dioses siempre han hecho cosas rarísimas con las tripas— el héroe presume de la fortaleza de sus órganos internos. ¡Toma esto, maldito! ¡Mira qué páncreas! ¡Sufre con mis jugos gástricos! ¡No podrás con mis fértiles ganglios!

En Inglaterra por Navidad ponen películas de James Bond. Como aquí en España ponen de Jesucristo o de Joselito. Claro, que en Inglaterra James Bond es tradicional; parte del folklore. Lo que sería aquí Torcuato Fernández Miranda.




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Al carecer estas notas de tablas, cuadros, gráficos, cronogramas e historiales pedestre/clínicos solo tengo la seguridad —eso es posible averiguarlo por las fechas— de que salgo a dar brincos más domingos que cualquier otro día de la semana. También sé la razón. La única por la que hacemos todo: la que aúna sexo y vanidad, instinto reptiliano y razón, ácido desoxirribonucleico y literatura: el miedo. Hoy vuelve a ser domingo. Oscuro. Frío. Lluvioso. Profesional.







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