viernes, 25 de marzo de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. Un hombre ordenado

23 de marzo de 2016



Intento continuar con mi mejora personal y crecimiento físico y viceversa. Sin conseguirlo. Enorme luna llena que, sobre el yarmukle, kipá o medio platillo volante que han puesto encima de la plaza de toros hace parecer todo ello un fotograma de película francesa de ciencia ficción. Absolutamente nadie en la orilla del río. Oigo mis pisadas. Agua enorme en el río negro. Viento helado. Muy agradable. “Recordar es un acto creativo (…) Los recuerdos no son un relato apasionado o impasible de la realidad desaparecida; son el renacimiento del pasado, cuando el tiempo vuelve a suceder”, dice Svetlana Alexievitch. Totalmente de acuerdo. Todo lo que escribí arriba no deja de ser, más o menos, una trola. Y eso que lo mastiqué hace apenas una hora. El río llevaba agua y había luna llena. Y la gente está absorbida y apelmazada con gran estrépito en otro lugar de la ciudad por las putas procesiones. Eso es verdad. Lo demás es novela. También afirma la gran Svetlana que nos morimos “sobre la marcha”. No hay nada que no hagamos sobre la marcha aunque creamos lo contrario. Si pudiéramos detener el tiempo —objeto de estas carrerinas— para pensar y ejecutar nos pararíamos a los tres años y seguiríamos eternamente estirándonos el pito. Cito mucho a Svetlana, todavía asombrado de que le hayan dado el premio Nobel de Literatura —o un premio cualquiera— a una escritora excelente. Además, periodista; primera vez que ocurre y hecho sobre el que el resto de los periodistas del mundo han callado y siguen callando —incomprensiblemente— como zorras.









2 comentarios:

  1. La verdad es que impresiona esa manera de relatar tan directa.

    La guerra no tiene rostro de mujer (1985)

    Anya Grubina. Doce años. Ahora es artista. Vive en Minsk.

    Soy una niña de Leningrado. Nuestro papá murió durante el bloqueo. Mamá nos salvó a los niños. [...] Slavik nació en 1941. ¿Qué edad tenía cuando comenzó el bloqueo? Seis meses, sólo seis meses. Ella nos salvó al enano y a los otros tres. Pero perdimos a papi. En Leningrado los papás de todos se morían primero; pero las mamás quedaban, probablemente no les permitían morir. ¿Con quién nos dejarían? Pero los padres nos dejaban con las madres. De Leningrado nos llevaron a los Urales, a la ciudad de Karpinsk. Se llevaron a toda nuestra escuela. En Karpinsk corrimos al parque de inmediato: no caminamos sino que nos lo comimos... Nos gustó en particular el alerce con sus agujas como plumas... ¡es delicioso! Mordisqueamos los brotes de los pinos pequeños y masticamos el pasto. Desde el bloqueo conocía todos los pastos comestibles; en el parque de Karpinsk había muchos amargos.

    Era el año 1942, también en los Urales había hambruna. En la casa de los niños todos éramos de Leningrado, y era terriblemente difícil, no nos pudieron alimentar durante largo tiempo.

    No recuerdo quién fue el primero en la casa de los niños que vio a los alemanes. Cuando vi a mi primer alemán supe de inmediato que era un prisionero, que estaban trabajando fuera del pueblo en las minas de carbón.

    Hasta el día de hoy no entiendo por qué vinieron a la casa de los niños, por qué a la de los de Leningrado.

    Cuando lo vi, no dijo nada. Acabábamos de terminar el almuerzo, y obviamente yo olía todavía a comida. Se quedó parado cerca de mí, olió el aire y su mandíbula se movió involuntariamente, como si estuviera masticando algo, y trató de agarrarlo con las manos. Trató de parar. Pero se movía y se movía. Yo realmente no soportaba ver a una persona con hambre. No podía mirarlo. Para nosotros, para todos nosotros, era como una enfermedad. Corrí y llamé a las niñas; alguien tenía un pedazo de pan, y se lo dimos.

    No dijo nada, sólo nos agradeció: "Danke schön. Danke schön". Sabíamos cuando venían, uno o dos. Corríamos con lo que teníamos. Cuando me tocaban las tareas de la cocina, les dejaba mi pedazo de pan del día y a la noche raspaba las ollas. Todas las niñas les dejaban algo, pero no recuerdo si los niños les dejaban algo. Nuestros niños tenían hambre constantemente, la comida nunca les alcanzaba. Las maestras nos reprendieron, porque inclusive las niñas solíamos desmayarnos de hambre, de todos modos dejábamos comida en secreto para esos prisioneros.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La verdad es que es un cascabel la amiga Svetlana. Comparado con esto sus textos sobre Chernóbil son literatura de evasión. Este trozo me recuerda a los niños del Auxilio Social de Carlos Giménez; les llevaron a jugar al fútbol a un campo con la hierba crecida. Después de jugar se la comieron.

      Eliminar