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lunes, 27 de mayo de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. Relicta est in urbe solitudo…



26 de mayo de 2013

Cuando era pequeño los domingos por la mañana me obligaban a ir a misa, así que me acostumbré a perder y sufrir ese tiempo en la ejecución de ritos molestos y vacíos de significado: ahora salgo a correr. Para llegar al río tengo que atravesar el rastro. Los puestos disimulan el carísimo crimen cometido en la remodelación del paseo de Papalaguinda*, ahora vigilado ceñudamente por casamatas de hormigón tapadas con placas de un alegre color negro que muestran su desacuerdo hacia esta vandálica actuación cayéndose de su emplazamiento cada dos por tres. Cinco años llevan estas pizarras tratando de huir sin que los insuficientes pegamentos del Consistorio puedan hacerlas desistir de su propósito.

Me gustaría sentir indiferencia por los distintos delitos y despilfarros urbanísticos que estrangulan esta desdichada ciudad. Pero no puedo. Tengo una enfermedad. El síndrome de Stendhal al revés. Describía el escritor sus emociones al salir de la Basílica de la Santa Cruz:

“…una especie de éxtasis, provocado por la idea de estar en Florencia, cerca de esos grandes hombres cuyas tumbas había visto. Arrebatado por la contemplación de la sublime belleza […] Todo hablaba a mi corazón tan vívidamente […] Tenía palpitaciones […] Se me iba la vida. Caminaba con miedo a desplomarme”.


A mí me pasa cuando veo los suelos llenos de mierda, las paredes pintarrajeadas, las avenidas congestionadas de cachivaches, los edificios desdentados, la desidia y vulgaridad de los últimos desarrollos de León. Me mareo. Lo llamo el Síndrome de Rodera.

Y por eso corro poco. Por el síndrome.


*Papalaguinda es el regocijado nombre que recibe el hasta el siglo XVII Paseo del Calvario debido, según parece, a una conjunción de anacolutos y sinécdoques entre la expresión pelar la pava, una canción de comba (mi mamá me dio una guinda / mi papá me la quitó / y me puse más colorada / que la guinda que me dio) y un diálogo sobre cómo debería llamarse este boulevard (y zona pera de requiebros) entre los periodistas Estrañí y Clotaldo en la prensa leonesa de finales del S. XIX. Parezco un cronista rancio.