martes, 25 de junio de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. Nuevas aventuras concéntricas



25 de junio de 2013



Después de catorce gandules días saturados de etanol vuelvo a bajar a la orilla del Bernesga. Ejecuto (sorprendentemente) mi suelo: veinte minutos. Persigo (pretendo, quiero, suspiro por o aspiro a) hacer media hora de ejercicio todos los días. Todos. No es nada. Es media hora. Tengo libres dieciséis. Media hora. ¿Eh? Venga. Treinta minutos. Vamos. Eeeeh… Sí.

Se presenta el libro La obligada compañía del corredor en círculos en mi no demasiado romanizada ciudad. Me someto a diversos guiñoles y obedezco algún cuestionario. Si hace dos entradas hablaba de la imposibilidad del movimiento de los objetos hablaré ahora de la imposibilidad de la comunicación entre ellos. Durante varios días seguidos digo cosas más o menos razonables que se convierten por algún motivo en tonterías directamente navegables según se reproducen. La pregunta más repetida es ‘por qué corres’. No les parece válido mi intento de respuesta en doscientas páginas y parecen querer abrochar alguna idea de dos líneas. Me parece normal. Los periódicos tienen muchísimas páginas y las radios y televisiones retransmiten todas las horas. En el futuro todos seremos trending topic durante un minuto.

Hablar de correr es casi tan aburrido como hacerlo. Si eres perseverante u obstinado o no tienes nada más que hacer o te posee ese afán… pues primero corres despacio un poco y luego corres más deprisa más tiempo. Eso es todo. Fin. Kaputt. The End. Koniec. Fine. Game over. Me resulta absolutamente imposible desarrollar un discurso más complejo sobre el tema. Los gimnastas que tratan estos temas (y baten los caminos) durante horas me tratan ora con paternalismo ora con desconfianza. Mi indiferencia les parece una agresión. La prensa (nunca la llaman crítica) deportiva es muy violenta y el sentido del humor les parece una imperdonable falta de respeto.

Después de estos malentendidos trato de hablar del género ensayístico o de literatura… con el mismo éxito. En total: al no encajar en ningún mundo, continúo sin pandilla. Puede parecer halagador que le hagan casito a uno un rato pero se pasa enseguida cuando se ha de contestar en serio a cuánto hay de autobiográfico en un diario.





El acto. Léase con la nasal voz de el NO-DO: "En el leonesísimo e incomparable marco del Palacio de Gaviria y ante una sala abarrotada tuvo lugar la literaria puesta de largo..." El señor que está hablando es el admirable Luis Grau, presentador de la cosa y de mí mismo, al que me une una amistad normal. Director del Museo de León, sabio en muchas disciplinas, ágil de sus miembros, esforzado como un extremo izquierdo, paciente como un capuchino y poseedor de diversos humores, todos buenos. Digo todo esto porque es verdad y porque se me olvidó mencionarlo en el teatrillo. L'esprit de l'escalier de Diderot, ya saben.



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