domingo, 2 de junio de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. La risa de Baco o Mi gran boda armenia



2 de junio de 2013

Los griegos clásicos se tomaban muy en serio el deporte. Como dirían Les Luthiers: "entre los griegos el deporte y el espectáculo no eran menos importantes que el estudio. Eran más importantes". Platón llega incluso a denunciar con virulencia los competitivos excesos y seguimientos de tanto brinco y tanta flexión, aunque Sócrates sigue haciendo sus tablas de gimnasia hasta el día de su muerte (según cuenta Jenofonte en El banquete).

En Las ranas, el cómico Aristófanes describe dos nostalgias: la de que ya no hay autores buenos (sentimiento que comparto) y que los deportistas tampoco son lo que eran. El dios Baco (o Dioniso) se ve obligado a bajar al infierno (el Hades) a buscar a Esquilo o a Eurípides (que había muerto hacía poco) para que escriban obras en su honor, ya que los dramaturgos vivos parecen ser una chufa. No vamos a entrar en por qué poetas tan buenos estaban en el infierno pero, a lo que íbamos: lo de los deportistas. Dioniso (o Baco) se burla de los atletas contemporáneos de Aristófanes con estas palabras:

"…por poco me muero de risa en las Panateneas (Juegos similares en prestigio y popularidad a los Olímpicos), cuando vi a un hombre pesado que corría encorvado, pálido, gordo, quedándose rezagado y haciendo terribles esfuerzos".

Que sirva este párrafo como mi justificación para no concurrir a los múltiples certámenes que se desarrollan a diario en todas partes: no quiero que el borrachín de Baco, dos mil cuatrocientos dieciocho años después de reírse de ese gordo concreto, se ría ahora de mí.

¿A qué viene todo esto? A que me siento (ut supra semper la burra al trigo) culpable. Siete días sin correr. Semana en blanco respecto no sólo a eso sino a absolutamente todo lo demás rematada por una emblemática boda familiar en León (en San Marcos: no me alejo jamás de la orilla del río). Emblemática y españolísima porque la novia trabaja en Moncloa y el novio más allá de la Península de Anatolia. Por algún motivo (que no me explico) esta ceremonia y sus fastos me dejan aún más triste de lo que me encontraba, así que hoy salgo con la intención de restablecer algún equilibrio químico perdido, alejar esta abrumadora e injustificada melancolía y afilar un poco la chivata cara de rata gorda que se me pone enseguida. En lo que me descuido.



2 comentarios:

  1. A mi las bodas sólo me producen acidez gástrica y no especialmente en la sobremesa, sino antes también.

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    1. Casi todas las sociedades humanas viven en lo convencional y simbólico, dando la espalda al espacio y al tiempo. Concedemos gran importancia a contratos o representaciones (estos teatrillos) mientras sentimos terror por las coordenadas reales en las que se desenvuelven tales acontecimientos efímeros. De ahí mi desánimo. La sistemática ritualización de nuestro comporamiento respecto a nosotros mismos o los demás despoja de contenido auténtico cualquier acto y, paradójicamente, mayores revestimientos o ceremonias amplían (es mi percepción) el aspecto perecedero y ridículo de nuestra biología.
      Por eso me ponen triste las misas (de cualquier tipo) y me da vergüenza sentarme y levantarme y desplazarme y hacer con los demás.

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