31 de mayo de 2015
Siempre me resultó sugerente este título. Cualquier
traducción de running on empty resulta,
de forma inevitable, mermada. En primer lugar es una frase hecha; y su único
mérito es el literal: corriendo en —o con el depósito—
vacío. El ‘no me queda más’ o ‘lo he dado todo’ es tontorrón. Running on empty. Mejor.
Debería haber salido a dar brincos hace quince días
—un hombre no corre con sus muñecas—, pero dilato la bobada
hasta hoy, domingo, en el que me sorprendo diciendo a un conocido que corre por
los niños con cáncer —solicitándome una colaboración— que los niños con cáncer
deberían darme dinero a mí. Sin
solución de continuidad, a otra persona que me pide que evalúe o pondere unas
preguntas que ha redactado su hija para un trabajo universitario… prácticamente
le recomiendo que la dedique a la prostitución.
Salgo, como digo, a las nueve de la
noche, con luna llena, veintipico grados de temperatura y luz diurna, a correr.
Y corro poco y mal. De hecho me vuelvo a tropezar —esta vez con el pie
izquierdo— en una piedra similar cerca de donde me di la hostia hace un mes y
medio. Pero no me caigo. No me da la gana. Luego, en la curva maléfica donde todo
confluye, me descubro riendo a carcajadas pensando que todo —todo— lo que veo y
vivo desaparecerá. Y que así debe ser. Ignoro de dónde procede este satánico
dramatismo que me posee de vez en cuando. Debe ser el calor.