2 de
octubre de 2015
De repente
tengo la impresión de que todo el mundo está preparando algo, que son más cautos
y sensatos que yo. Que planifican, proyectan y recogen. Noto que una especie de
nieve —simbólica— se licúa y
riega los frutos de las personas mientras que la mía se acumula en el techo
esperando hundirme la casa y apagarme el fuego. La gente se me asemeja a la hormiga del cuento: conforme, apercibida, adaptada. No digo que sean unas taimadas comadrejas, no. Sólo que me lo parecen.
Quizá se debe a que la
temperatura baja, el aliento toma cuerpo, las sombras avanzan y, en la orilla
del río, van —vamos— quedando los solitarios corredores de invierno. Los que
hacen que parezca que estoy inmóvil o que corro hacia atrás, con enorme peso en
los pies, como en los sueños.