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miércoles, 4 de septiembre de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. Come prima



30 de agosto de 2013



Tras dos meses de sofocante holganza a la retestera intentando convertir las ingratas calvas de Pequeña Reata (véase Villahibiera, véase Villa Modorra, véase Canal Bajo de Payuelos Fase I) en oxonienses verduras o, al menos, en praderas similares a las de los Campos de Sport del Sardinero (sin conseguirlo), vuelvo a correr. Oh, oh. Recupero las sensaciones primeras del año pasado: quince minutos estrictos, bojas y fatiga seguida de injustificada euforia.
En el campestre cruce hacia Herreros me aproximo en lento (por el suspense y porque corro muy despacito) travelling a un solitario (y misterioso) coche aparcado. Nadie al volante. Nadie alrededor. Si la vida fuera un telefilm dentro debería haber un cadáver. En la primera escena de este tipo de productos un despreocupado deportista siempre encuentra un cuerpo muerto (o fiambre, según la jerga que los polizontes, o sabuesos, usarán después). Evidentemente el coche está vacío y su conductor supongo que andará un poco más arriba abriendo el hidrante para regar la remolacha. Pero, al no ocurrir nada (en mi vida), pues me invento películas.


jueves, 1 de agosto de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. Put me in the water



26 de julio de 2013



Las vidas americanas no tienen segundo acto, decía Scott Fitzgerald*. Las españolas, sí. La mía, por ejemplo. Soy el segundo acto de las Fiestas de Gradefes.

Aún no corro. Pero sueño con correr. Igual vale. Según los aborígenes australianos (un día contaré lo que creen los aborígenes australianos) es lo mismo.

*"There are no second acts in American lives."
F. Scott. Fitzgerald. Notes from his unfinished novel The Last Tycoon



En el aula del río. El río. Cómo no.










La obligada compañía del corredor en círculos. Los mejores años de nuestra vida



23 de julio de 2013


Sigo en el campo (véase Pequeña Reata, Villahibiera, Villa Modorra y Canal Bajo de Payuelos fase I) ordenando pastos y ni corro ni escribo. Ni siquiera leo mucho. Me separo de gimnasias y literaturas con gran facilidad ya que mi trato con ambas disciplinas siempre ha sido superficial e irrespetuoso y no siento ninguna melancolía alejado tanto de las pistas de macadán como de la lectura o la escritura. Así me evito agredir personalmente al melifluo escribidor (aficionado o profesional) de manina en moflete que se sienta obligado a infligirme el enésimo artículo veraniego (o navideño, o primaveral) El aroma de los libros y anote cómo baraja volúmenes y referencias y describa cómo departe con su dispensador de tomos y la manera en que el olor de éstos (que ama sobre todas las cosas) invariablemente le evoca cualquier pendejada. Los libros viejos huelen a lignina con porquería y los nuevos a benceno. Ya está.

Volveré, de todos modos, a correr. Lo sé. Pero no me impongo fechas ni plazos. ¿He alcanzado la calmosa paciencia del hombre de campo? Ayer noté un cambio en mi carácter. Al serme prometidos cuatro nogales para mi casa solariega (la digo solariega por su notable parecido con un solar) se me urgió para que excavase de inmediato cuatro agujeros que alojasen dichos árboles. El antiguo Rodera hubiera corrido con la relampagueante velocidad del periodista de entrega diaria y empuñado vertiginoso pico y azadín para que las juglandáceas tuvieran hoyo y alojamiento antes de que terminasen de serme ofrecidas. Mas no, pensé con imperturbabilidad sufí, estoicismo grecolatino, paz zen, armonía védica y budista desapego: me voy a poner a cavar ahora por los cojones.

¿He alcanzado pues la sentenciosa e indiferente sabiduría del ser agrícola, con su  comprensión de los transcursos y la percepción de las estaciones? ¿O confundo este manso y apacible don con la sencilla, con la humilde y doméstica resignación?

El calor, atributo de Lucifer, donde todo se funde y se soba es un territorio de espejos o espejismos así que también puede ser, claro, que me esté convirtiendo en un redomado vago.