sábado, 2 de noviembre de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. Magníficat



1 de noviembre de 2013


Pensando en la tarea de pedirse cosas, creo comprender mi animadversión hacia el gordo renegado del que hablaba en la anterior entrada. No se puede ser arrogante cuando uno busca lo pequeño, lo finito (perdón por el  juego de palabras). Uno puede ser monumental o desmesurado buscando la grandeza. Pero ¿perdiéndola? Es una súplica mezquina. Aunque, de hecho, toda plegaria lo es. La única oración que reviste cierta dignidad es el Magnificat. Por lo noble de su título, por estar musicado por Bach y porque María pide engrandecer su alma (Lucas 1:46-55). No pide que su alma sea estrecha o convexa y musculada. Pide que sea grande.

De todas formas los rezos me parecen la forma más baja de comunicación (?) humana, inferior incluso al lenguaje sin articulaciones de los concursos sociológicos televisivos. Sólo puedo imaginar a un dios que preste atención a las contradictorias imploraciones de la gente con la forma de un atolondrado imbécil.







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