jueves, 22 de agosto de 2013

La obligada compañía del corredor en círculos. La magnitud de la catástrofe



12 de agosto de 2013



Ya he enseñado cómo funciona la comedia (jo, jo) y de lo que tratan los libros (demostrar que el autor es más listo que los demás). Hoy me toca explicar el único tema de la ficción: un personaje describe o se enfrenta a su propio mundo que se desmorona (o cambia de cualquier modo) a su alrededor. Se da cuenta de que su percepción está equivocada, de que nada de lo que era seguro existe, de que lo impensable ha ocurrido. Esta constatación puede ser más o menos trágica; al igual que la reacción del personaje (Dostoievski, Victor Hugo, Stan Lee…). A veces incluso para él (o ella) solamente sentir o percibir es ya horrendo (Camus, Beckett, Jim Henson…). Es decir: la literatura sólo trata de la mudanza (a peor).

Me subo a estos pedestales porque, justo en el momento (lo juro) en que estaba considerando volver a correr a pesar del calor y de la jeta que le estoy echando este verano, tropiezo con una pesada tumbona y me abro la uña del dedo gordo del pie derecho, que se queda levantada noventa grados: como el capó de un coche. Imagen que me perseguirá durante mucho tiempo y que atesoraré con otros recuerdos espantosos: cuando se me salió la cabeza del húmero de su hueco (su hueco es la cavidad glenoidea de la escápula), la vez que me serraron una muela después de sajarme las encías o la ocasión en que me hicieron una biopsia en la punta de la polla. Esta última y grimosa catástrofe, similar tanto en su localización anatómica como en lo campestre y estival a la lesión de Sebastian Flyte* aunque mucho menos aristocrática, me mantiene, claro, lejos de los caminos de la concentración parcelaria y de los de la ampliación del Canal Bajo de Payuelos (en su fase I) que todavía no he hollado ni un solo día. Ahora excusa tengo. ¿O hace falta que ponga foto?


*Believe it or not, playing croquet. He lost his temper and tripped over a hoop. Not a very honourable scar.





4 comentarios:

  1. No por desmerecer a tu narrativa, brillante como siempre, pero esta dolorosa anécdota tiene que ganar muy y mucho de viva voz, al igual que la de la punta de la polla, todavía la tengo en el recuerdo. Mal fario compadre, siempre sucede en verano, llévalo bien.

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  2. Pues te aseguro que cuando trato de contarlo todo el mundo pone caras rarísimas y me ruega que, por favor, no siga. Ya estoy bien del todo pero han sido unos días muy raros y de gran dentera en los que no me gustaba que alrededor del pie hubiera siquiera hidrógeno.

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  3. Como testigo de la ascensión y posterior recomposición del apéndice ungular doy fe de que a mí tampoco me apetece rememorarlo y que es inmejorable razón para mantenerse en posición de decúbito pinrel. Afirmo.

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    1. En efecto, amigo Luis, estabas presente. ¿Y cómo ocurrió? Moviendo una tumbona. ¡Una tumbona! Así que mi lectura del suceso difiere un poco de la tuya: la holganza y el zanganeo son igualmente (o más) lesivas que las estimulantes gimnasias. Moraleja por tanto: no debe hacerse nada en absoluto. Quod erat demonstrandum, supongo.

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