lunes, 18 de febrero de 2013

La obligada compañia del corredor en círculos. Runner’s Delight


18 de febrero de 2013

Siete días he tardado.
Corro mal, salgo a toda velocidad, respiro como un oso y echo veinticinco minutos en lo que me llevó una hora el otro día. Luego (encima) voy a un gimnasio a seguir haciendo el tonto. Ni locus ni hostias: esto es sobrecompensación de toda la vida.

Leo en el National Geographic un artículo sobre la euforia del corredor que traduzco y gloso:
En la Universidad de Arizona realizaron un experimento con unos perros, unos hurones y unas personas: les hicieron correr. Los perros y las personas generaron unos endocanabinoides llamados anandamidas, que, como su propio nombre indica, les pusieron muy contentos. Los hurones no generaron una mierda porque no son bichos de correr y tienen que buscarse (supongo) otros estímulos para pasar el rato. Los científicos, es curioso, no mostraron ningún interés acerca de la prudencia y sensatez de los hurones y, en cambio, interpretaron prolijamente la sensación de bienestar producida por los receptores celulares activados gracias a las moléculas canabinoideas: que si esta euforia hace que se vean los colores más intensos, que si se obtiene una mayor percepción (y más presas), que si se experimenta una sensación de bienestar, que si se está más alerta… Factores todos que explicarían, según ellos, la práctica desde tiempos remotos de un ejercicio que nos lesiona a menudo y que nos hace evidentemente vulnerables.

Siempre he creído que la euforia o la percepción aguda producida por las drogas se debe a que ralentizan los procesos cerebrales. No tengo nada en contra de las drogas ni de la ralentización ni del retraso en general. Es un resultado que, lejos de ser indeseable, procura la felicidad. Lo veo a diario. ¿Según estos científicos de Arizona estoy corriendo para parecerme a los perrines y al público de Soziedad Alkoholika? Pues igual.







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