25 de noviembre de 2014
No suelo, al contrario de otras personas, que
parecen estar siempre en lugares donde el ingenio abunda, oír nada memorable.
Pero hoy, al volver a casa de dar carreras, la esquina que
me proveyó la conversación gastroabusiva hace cuatro días y a la misma hora (la de la voluntariosa
niña que quería hacerle la cena a su papá), me proporciona otra: esta vez habla
un individuo muy grande contra uno pequeñín y abetunado: El otro día me
jalaste media hogaza. Cuando me alejo: Y el chorizo también me lo acabaste.
Es una esquina extraña y costumbrista, nada atlética, de un humor perplejo.
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