16 de septiembre de 2013
Leo en Las restricciones aspectuales de las
construcciones pasivas perifrásticas de Armando Mora-Bustos:
“...la perfectividad se tipifica a
partir de la flexión morfológica del verbo,
esto es, el presente, el copretérito, el futuro, el pos-pretérito y el antepresente son tiempos imperfectivos
que expresan un sentido de no acabado; mientras que el pretérito, el antecopretérito, antefuturo y el antepospretérito
son tiempos que tienen un sentido de
acabado o perfectivo”.
También
afirma Álex Grijelmo:
“…podemos apreciar […] que los verbos incoativos
reflejan el comienzo de una acción (“partiré mañana”), los durativos implican que la acción
permanece una vez iniciada (“viene hacia acá”), los iterativos muestran una acción repetida (“martilleó
durante una hora”), los semelfactivos*
se reúnen como verbos de una sola acción (“encontré un anillo”), los desinentes muestran algo que solo
ocurre una vez (“nací en febrero”) y los permanentes
carecen de principio o final (“el oro brilla”).”
¿A qué viene esta exhibición
de taxonomías francamente soporiferas? Pues a que trato de encajar mi yo corro en alguna de las categorías
precedentes llegando a la conclusión de que mi cadencia de salidas es, en el mejor
de los casos, imperfectiva; y su ejecución, iterativa, se torna a menudo en semelfactiva
e incluso llega a ser desinente. Que debería correr con mayor frecuencia, vaya.
No llegué a los veinte minutos pero, en mi descargo, debo decir que salí muy
nervioso. Parece que vuelvo a tener un trabajo (más o menos) remunerado. Mañana
veré con mayor claridad su oportunidad o beneficio. Ahora mismo, en esta
calurosa noche de septiembre coincido con lo que la Sally Brown
de Charles Schulz (es la última cita, se lo juro) escribía en una redacción:
“Por el día uno ve por donde anda. Por la noche uno se acuesta y se preocupa”.
*semelfactivo (semel en
latín: por una vez)
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