26 de mayo de 2013
Cuando
era pequeño los domingos por la mañana me obligaban a ir a misa, así que me
acostumbré a perder y sufrir ese tiempo en la ejecución de ritos molestos y
vacíos de significado: ahora salgo a correr. Para llegar al río tengo que
atravesar el rastro. Los puestos disimulan el carísimo crimen cometido en la remodelación del paseo de Papalaguinda*,
ahora vigilado ceñudamente por casamatas de hormigón tapadas con placas de un
alegre color negro que muestran su desacuerdo hacia esta vandálica actuación
cayéndose de su emplazamiento cada dos por tres. Cinco años llevan estas pizarras
tratando de huir sin que los insuficientes pegamentos del Consistorio puedan
hacerlas desistir de su propósito.
Me gustaría sentir indiferencia por los distintos delitos y despilfarros urbanísticos que estrangulan esta desdichada ciudad. Pero no puedo. Tengo una enfermedad. El síndrome de Stendhal al revés. Describía el escritor sus emociones al salir de la Basílica de la Santa Cruz:
Me gustaría sentir indiferencia por los distintos delitos y despilfarros urbanísticos que estrangulan esta desdichada ciudad. Pero no puedo. Tengo una enfermedad. El síndrome de Stendhal al revés. Describía el escritor sus emociones al salir de la Basílica de la Santa Cruz:
“…una especie de éxtasis,
provocado por la idea de estar en Florencia, cerca de esos grandes hombres cuyas
tumbas había visto. Arrebatado por la contemplación de la sublime belleza […] Todo hablaba a mi corazón tan vívidamente […]
Tenía palpitaciones […] Se me iba la vida. Caminaba con miedo a desplomarme”.
A mí me pasa cuando veo
los suelos llenos de mierda, las paredes pintarrajeadas, las avenidas congestionadas
de cachivaches, los edificios desdentados, la desidia y vulgaridad de los últimos desarrollos de León. Me mareo. Lo llamo
el Síndrome de Rodera.
Y por eso corro poco. Por el síndrome.
Y por eso corro poco. Por el síndrome.
*Papalaguinda
es el regocijado nombre que recibe el hasta el siglo XVII Paseo del Calvario debido, según parece, a una conjunción de
anacolutos y sinécdoques entre la expresión pelar
la pava, una canción de comba (mi mamá me dio una guinda / mi papá me la quitó / y
me puse más colorada / que la guinda que me dio) y un diálogo sobre cómo debería llamarse este
boulevard (y zona pera de requiebros)
entre los periodistas Estrañí y Clotaldo
en la prensa leonesa de finales del S. XIX. Parezco un cronista rancio.
Es contagioso.
ResponderEliminarEs una patología antipática e incurable que sólo se palia viajando a ámbitos más amables, cerrando los ojos o bebiendo mucho.
EliminarMi síndrome de Rodera me lleva al límite incluso de entrar en cualquier casa o verla desde fuera y no parar de pensar en qué sería más práctico o porque han hecho tal o cual cosa cuando es más incómodo y caro. Por supuesto, en cuanto a PAUs y demás ampliaciones rotoniles del extrarradio de cualquier municipio de más de mil habitantes, no puedo ya nada más que mirar al suelo si no quiero morirme del asco (la complicación más severa que se me ocurre para tu síndrome).
ResponderEliminarAh, por cierto, respecto al urbanismo atroz que nos asola, Vicisitud y sordidez tienen amplios tratados que comenzaron con este artículo:
ResponderEliminarhttp://vicisitudysordidez.blogspot.com.es/2009/11/satan-es-mi-senor-parte-i-tu-vida-va.html
Si se quiere seguir viendo más lugares y arquitectos volados se puede echar la tarde tranquilamente leyendo las entradas de arquitectura que tienen (ya se sabe, llegar abajo del todo y en entradas antiguas ver todo ese "esplendor"):
http://vicisitudysordidez.blogspot.com.es/search/label/arquitectura
Esos onvres atribuyen a la Bauhaus, a sus pompas y a sus obras (sobre todo todo a sus obras) muchos males, amiga Mara. Coincido en parte con ellos. Por la de las medianeras.
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