13 de agosto de 2015
Vuelvo a León y, después de dos
meses y medio, corro lo mismo que la última vez: veinticinco minutos a paso de
montura. Lo que me pasma: creí que me desplomaría cerca del portal de mi
domicilio. Setenta y tres jornadas tonta y gratuitamente atroces, lo que
atribuyo a la brutal transición de pasar a exponerme al brillo diurno y al aire
libre veinticinco minutos al día —con suerte— a once horas ininterrumpidas. Estas
semanas, que lleno desembozando, repintando, reparando, retirando, rasurando, roturando,
arrancando, amontonando y blasfemando a una temperatura media de veinticinco
grados, me provocan serias alucinaciones. Estoy hablando de mi enjabelgado
sepulcro, de mi cárcel horizontal, de mi achabolada metáfora: la finca del
pueblo, naturalmente. Al igual que mi propio cuerpo, este íngrato ámbito exige
constantes cuidados, imperceptibles al ojo humano. Por lo menos al mío. Si mimo
uno, descuido el otro. Y, sobre todo, abandono MI OBRA ya que sólo escribo sin
propósito —y sin cobrar— cuando salgo a correr. Así que no hay RELATO DE
VERANO.
Todos los relatos de verano —antes los periódicos incluían relatos de verano. Ahora no sé— vestían
el mismo esquema. Debía ser obligatorio. Este:
1) Descripción minuciosa de algún
recuerdo de infancia —playero fluvial o montañoso— con mucha reverberación sofocada
llena de sinestésicas sensaciones táctiles, auditivas y visuales de un niño —que
imagino con enormes orejas— asistiendo a alguna
2) Humillación sexual o intelectiva
en localización estival: pajar, granero, tómbola, caballitos, cala, ría,
embarcadero o apartamento en multipropiedad que conduce ineluctablemente al
3) Sacrificio arbitrario de algún
bicho: es abandonado el perro de la familia, se atropella al periquito, una
tortuga es volteada, se tortura a un urogallo o lo que sea: pero tiene que
quedar muy claro que, después de este feroz episodio, el mocoso ha quedado
impregnado por entero —y ya para siempre— en crueldad y egoísmo hasta las —desaforadas—
orejas.
FIN
De todas formas, creo que la culpa
de estas achicharradas literaturas —por llamarlas de algún modo— es de El extranjero y la errónea digestión —por
estos autores— de sus playas, cisternas y deslumbradas calorinas. Por no hablar
de Rulfo, el realismo mágico, —cocido en siestas a treinta y tres grados a la
sombra— o de la iluminación inferida a esclarecidas cabezas anglosajonas por
volcanes, sáharas o cualquier masa de agua o canto rodado bajo el desnudo sol
de otra latitud.
Puedo colmar la expectativa de verbosas y anacrónicas desdichas narrando cómo me hago extraer una muela, harto de su extravagante comportamiento. Razón esta por la que troto en la capital en vez de seguir con mis silvestres, deshidratantes y despellejadas, aunque inmóviles, aventuras en el agro. De verdad. Hace dos días. Una buena, además: un segundo molar. Vale más un diente que un diamante, decía Cervantes. Y un implante más que ambas piedras. Consulten tarifas.
Puedo colmar la expectativa de verbosas y anacrónicas desdichas narrando cómo me hago extraer una muela, harto de su extravagante comportamiento. Razón esta por la que troto en la capital en vez de seguir con mis silvestres, deshidratantes y despellejadas, aunque inmóviles, aventuras en el agro. De verdad. Hace dos días. Una buena, además: un segundo molar. Vale más un diente que un diamante, decía Cervantes. Y un implante más que ambas piedras. Consulten tarifas.
![]() |
Por si alguien dudaba todavía acerca de si la luz es una onda y una partícula. |
![]() | |
Otra quemada instantánea de Villa Modorra. Hacía tiempo que no ponía santos. Foto: Eva Díez Robles. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario