7 de diciembre de 2014
El día uno de diciembre, lunes, después de un escuálido y tutelado cumpleaños (cuarenta y ocho), caigo enfermo. Mocos, náuseas, desorientación, tos productiva e improductiva, calambres, paracetamol, dolor muscular y articular, flemas, fiebre… Imposible superar el perfecto sintagma malestar general.
Toda mi jactanciosa fortaleza derribada por el suelo gracias a un virus singularmente tenaz que me tumba durante ocho días. Debilucho y convaleciente (he llegado a dormir, tembloroso, al lado de media cebolla picada) compruebo que la vida es un exilio en el que sólo se viaja y jamás se regresa. En estas edades algunos hombres se preguntan si han desperdiciado su tiempo y su talento. Algunos. No yo. Yo tengo la certeza absoluta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario