12 de junio de 2014
Llevo casi un mes sin correr. Leo en algún sitio
del que no quiero acordarme (literalmente en este caso: no quiero) la siguiente aseveración: uno se habitúa (o deshabitúa,
supongo) a cualquier cosa si la hace (o deja de hacer) durante sesenta y seis
días. No lo creo, mas la cifra y la posibilidad son simpáticas. La cifra por su
plástica, porque fue el año en el que nací, porque es simétrica, porque es
parecida a la marca de la bestia (666 o, según San Ireneo, 616) o, sobre todo,
porque es breve. Bajo esa asunción empecé a dar brincos: si corres cada poco
llega un momento (decían) en que te sientes mal si no lo haces. Adoptas un
hábito. Como el hábito de sentirme mal tanto si hacía una cosa como si dejaba
de hacerla ya lo tenía, lo intenté con esto. Continuaré. La posibilidad
(inventada) sigue ahí. Incluso pienso salir a correr sesenta y seis días
seguidos. No hoy. No todavía. Ahora hay pueblo y poda y cerveza y verano y
Mundial de fútbol, pero las cifras pueden ser arbitrarias y escuetas o simétricas y espaciosas
como lo es la de sesenta y seis. Eso reflexionaba Pascal cuando consideraba la extensión de su vida (absorbida en la eternidad de la duración que le precedía y
la seguía) y se veía abismado en la inmensidad de los espacios que ignoraba y
LE IGNORABAN. Claro que sí, (im)modesty Blaise: la eternidad y el espacio te
piensan por delante y por detrás de tu propia vida.
Un oportuno anuncio televisivo sobre la competición que empieza hoy comparaba una existencia humana con el minutaje de un partido de fútbol. Sólo estoy empezando el segundo tiempo. Un recorrido, da igual cuántos espacios te achiquen, molto longo. Seguiré pensando así mientras mis sentidos me sustenten, los días sean tan largos y mi equipo continúe en el césped.
No hay comentarios:
Publicar un comentario