10 y 12 de noviembre de
2013
En ocasiones, sobre todo los días festivos, veo gente que extrae de esta ambulante actividad todas sus posibilidades y contempla todas sus facetas. Que exprime (y liba con entusiasmo en) el jugoso racimo de la vida. Imaginemos las complicadísimas intendencias de gran costumbrismo protagonizadas por un cuarentón español normal un domingo: se levanta temprano, se viste de ciclo/runner/fondo/turista, coge el coche, coge al niño, coge las bicicletas, baja al garaje, se va al quinto pino, anda un rato, trota, se oxigena, se para once veces, estorba, charla con otros equipadísimos individuos en medio de los caminos, toquetea y habla con (y desde) su dispositivo móvil, bebe una bebida isotónica, le toca las narices al niño, vuelve al coche, vuelve al garaje, se ducha, se hidrata, se cambia y se va a misa de una (también incluyo la misa como falsa gimnasia). En todas estas operaciones… ¡ha tumbado la mañana entera! No es mi caso. Corro poco, de acuerdo. Pero mis transiciones de persona normal a sudoroso tarugo (y a la viceversa) son brevísimas. Trato también de exprimir el jugoso racimo de la vida. Pero el jugoso racimo de la vida rápidamente me mancha la ropa o me salpica a los ojos.
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