2 de marzo de 2013
Día tercero en ayunos y penitencias. No progreso gran cosa (treinta y cinco minutos y cinco kilómetros). Las diez jornadas de zanganeo y opiparación se cobran su mezquino tributo. Parece increíble pero cada vez se ve menos. Últimamente me cruzo en la pasarela al sur de la plaza de toros con una prostituta de color que se maquilla a la luz de las farolas. No sé cómo lo consigue. Ni siquiera sé cómo encuentra la avenida Sáenz de Miera. Supongo que porque conoce el camino (como yo mismo) de verlo por las mañanas. A la vuelta miro los carteles: no se hacen fotocopias, no se da cambio, no se permite, no se limpia, no se sirve, no se sonríe… Joder, qué ciudad.
Día tercero en ayunos y penitencias. No progreso gran cosa (treinta y cinco minutos y cinco kilómetros). Las diez jornadas de zanganeo y opiparación se cobran su mezquino tributo. Parece increíble pero cada vez se ve menos. Últimamente me cruzo en la pasarela al sur de la plaza de toros con una prostituta de color que se maquilla a la luz de las farolas. No sé cómo lo consigue. Ni siquiera sé cómo encuentra la avenida Sáenz de Miera. Supongo que porque conoce el camino (como yo mismo) de verlo por las mañanas. A la vuelta miro los carteles: no se hacen fotocopias, no se da cambio, no se permite, no se limpia, no se sirve, no se sonríe… Joder, qué ciudad.
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