miércoles, 16 de noviembre de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. The natives are restless


15 de noviembre de 2016
El miedo del portero ante la soledad de fondo



Perihelio y afelio. Perigeo y apogeo. El Sol se separa de nosotros —o nosotros de él, dicen los listos— hasta cinco millones y pico de kilómetros. La Luna, hasta cincuenta mil. Ahora —hoy— se supone que está muy cerca. A trescientos cincuenta y seis mil en vez de a los cuatrocientos seis mil que se pone a veces. No sé por qué me ha quedado el párrafo como si estuviera hablando de a cómo está el añojo.

El satélite no se percibe más grande, claro. Pero, como desde los cuatro años tengo la impresión de estar perdiéndomelo todo —tanto sucesos como personas—, después de aplazarlo el día entero, salgo a las ocho de la tarde. A contemplar la —falsa— superluna. Me doy unas carreras, me estiro, me encojo, me alzo y me agacho, me propulso y me freno; vuelvo a casa y se me olvida mirar el cielo. A ver por la ventana... Sí. Ahí está. Luna llena. Impresionante. Igual que todos los meses.

Sigo leyendo artículos marcianos y tomándomelos en serio un rato. Es otra de las señales del carcamal: que se repite. Haciendo cosas y contándolas. Y mascullando en bajo por la calle —y escribiendo mascullar—. Siete síntomas de que uno padece diabetes. Los tengo todos, por supuesto: varias modorreras, sed, ganas de orinar, pérdida de peso, visión borrosa, hormigueos sin especificar… El mismo suelto puntualiza que para evitar esta cruel patología es bueno hacer media hora —¡media hora!— de ejercicio diario —¡diario!—. Con media de ejercicio diario no evito la diabetes: evito que en los próximos Juegos EEUU nos adelante en el medallero.









El clásico ANTES y DESPUÉS. A la izquierda, el autor en las playas de Portugal este verano, tratando de respirar. A la derecha, mucho más fino, en nuestros días.









16 de noviembre de 2016 La soledad del corredor de fondo ante el penalti

Resulta que la superluna no sale hasta su hora. Aunque sea superluna no tiene supervelocidad. Así que hoy tampoco la veo en la inusualmente templada —aunque igual de tenebrosa que estos últimos cinco años— orilla del Bernesga. Que recorro entera hacia arriba y hacia abajo. En ambas direcciones; que no sentidos —la gente tiende a confundir dirección con sentido—. Sentido el río solo tiene uno. Más que yo.













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