martes, 15 de marzo de 2016

La obligada compañía del corredor en círculos. La foto de carnet de Dorian Grey

15 de marzo de 2016

Aperitivo, del latín aperire —como abrir, abril…—. Siempre he considerado esta palabra la más bella del idioma español. Otros eligen amor o nefelibata o resiliencia. Yo, no. Aperitivo, luz de mi vida, fuego de mis entrañas, pecado mío, alma mía; la boca emprende un viaje de cinco pasos desde la cara de tonto de la ‘a’ hasta los morritos del ‘vo’. A. Pe. Ri. Ti. Vo.

El diálogo con el espejo de un adolescente o de un hombre de mediana edad —yo soy todos los hombres de mediana edad y soy de mediana edad porque ahora vivimos cien años, ¿qué pasa?— es muy similar. Básicamente un perplejo ‘cómo puedes hacerme esto a mí’. En el reflejo aparecen cosas indeseables, las proporciones no encajan… el individuo del cuarto de baño no es el despreocupado y joven atleta con el que convive uno el resto del día. Esta dismorfofobia —o, más bien, imaginofilia— puede llevarse con dignidad o desesperación. Según la paciencia de la que se disponga. Mes y medio de ponzoña, atiborración y empocilgamiento. Pero se acabó. Oh, sí. Hoy en el crepúsculo salgo a correr. Hay novedades: alguna fachada limpia, algún cemento reciente… En olores, los mismos: leña, gasolina y, curiosamente, marihuana más allá del Puente de los Leones. Siempre. Supongo que en los bares de juventud —como les decían mis ancestros a los de fumar porros— ahora habrá aromas de césped, mierda de perro y fango.










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