6 de marzo de 2014
I Introito
Era mi propósito. Todos los días trato de correr y nadar y muscularme y comer huevos crudos a las siete de la mañana. Como tardo en resolverme acabo por hacer mis treinta escuálidos minutos, rumiando maldiciones, doce horas después. Eso los días con suerte. Y ya estamos en marzo.
II De rerum natura
I Introito
Era mi propósito. Todos los días trato de correr y nadar y muscularme y comer huevos crudos a las siete de la mañana. Como tardo en resolverme acabo por hacer mis treinta escuálidos minutos, rumiando maldiciones, doce horas después. Eso los días con suerte. Y ya estamos en marzo.
II De rerum natura
En la primera juventud la desdicha nos parece que constituye
una ventaja moral, un privilegio más o menos aristocrático que te eleva por
encima de los demás. A los felices se les mira como seres con una deficiencia.
Luego se da cuenta uno de que ser desgraciado es (también) un defecto, que debe
corregirse.
III Estructura profunda
Estos días no correré gran cosa porque ya me deslomo en Villa Modorra, donde estoy levantando de nuevo la valla de la finca. Bueno, esta vez iza y erige un profesional. Un albañil de verdad, vecino del pueblo, sentencioso aunque parlanchín (y de inquietante parecido con George W. Bush Jr.) con el que me sobreviene un trastorno del habla más común de lo que parece: lo denomino diglosia agrícola de habilitación. Es muy sencillo. Quiero hablar de un árbol. De un sauce. Y opino, por ejemplo, que ya no se le van a caer más hojas. Normalmente diría:
Me parece que al sauce ya no se le van a caer más hojas.
Pero tal locución me parece del todo inadecuada en territorios despejados o abruptos o ante interlocutores agrosabiondos así que la cambio sin sonrojarme (y sin saber muy bien el motivo) por:
Éste más hoja no echa.
La segunda cláusula siempre será pronunciada por lo menos una o dos octavas más alta que la primera. He comprobado que le pasa a otra gente en similares circunstancias. Debe tratarse de un avergonzado camuflaje o incluso un perdido lenguaje musical campestre que no puede superar el octosílabo y que elimina los ociosos plurales por defecto. O por economía. O porque no le llamen a uno cosas.
Estos días no correré gran cosa porque ya me deslomo en Villa Modorra, donde estoy levantando de nuevo la valla de la finca. Bueno, esta vez iza y erige un profesional. Un albañil de verdad, vecino del pueblo, sentencioso aunque parlanchín (y de inquietante parecido con George W. Bush Jr.) con el que me sobreviene un trastorno del habla más común de lo que parece: lo denomino diglosia agrícola de habilitación. Es muy sencillo. Quiero hablar de un árbol. De un sauce. Y opino, por ejemplo, que ya no se le van a caer más hojas. Normalmente diría:
Me parece que al sauce ya no se le van a caer más hojas.
Pero tal locución me parece del todo inadecuada en territorios despejados o abruptos o ante interlocutores agrosabiondos así que la cambio sin sonrojarme (y sin saber muy bien el motivo) por:
Éste más hoja no echa.
La segunda cláusula siempre será pronunciada por lo menos una o dos octavas más alta que la primera. He comprobado que le pasa a otra gente en similares circunstancias. Debe tratarse de un avergonzado camuflaje o incluso un perdido lenguaje musical campestre que no puede superar el octosílabo y que elimina los ociosos plurales por defecto. O por economía. O porque no le llamen a uno cosas.
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