23 de julio de 2013
Sigo en el campo (véase
Pequeña Reata, Villahibiera, Villa
Modorra y Canal Bajo de Payuelos fase
I) ordenando pastos y ni corro ni escribo. Ni siquiera leo mucho. Me separo
de gimnasias y literaturas con gran facilidad ya que mi trato con ambas
disciplinas siempre ha sido superficial e irrespetuoso y no siento ninguna
melancolía alejado tanto de las pistas de macadán como de la lectura o la
escritura. Así me evito agredir personalmente al melifluo escribidor
(aficionado o profesional) de manina en moflete que se sienta obligado a
infligirme el enésimo artículo veraniego (o navideño, o primaveral) El aroma de los libros y anote cómo
baraja volúmenes y referencias y describa cómo departe con su dispensador de tomos y la manera en que el olor de éstos (que ama sobre
todas las cosas) invariablemente le evoca cualquier pendejada. Los libros
viejos huelen a lignina con porquería y los nuevos a benceno. Ya está.
Volveré, de todos modos, a correr. Lo sé. Pero no me impongo fechas ni plazos. ¿He alcanzado la calmosa paciencia del hombre de campo? Ayer noté un cambio en mi carácter. Al serme prometidos cuatro nogales para mi casa solariega (la digo solariega por su notable parecido con un solar) se me urgió para que excavase de inmediato cuatro agujeros que alojasen dichos árboles. El antiguo Rodera hubiera corrido con la relampagueante velocidad del periodista de entrega diaria y empuñado vertiginoso pico y azadín para que las juglandáceas tuvieran hoyo y alojamiento antes de que terminasen de serme ofrecidas. Mas no, pensé con imperturbabilidad sufí, estoicismo grecolatino, paz zen, armonía védica y budista desapego: me voy a poner a cavar ahora por los cojones.
Volveré, de todos modos, a correr. Lo sé. Pero no me impongo fechas ni plazos. ¿He alcanzado la calmosa paciencia del hombre de campo? Ayer noté un cambio en mi carácter. Al serme prometidos cuatro nogales para mi casa solariega (la digo solariega por su notable parecido con un solar) se me urgió para que excavase de inmediato cuatro agujeros que alojasen dichos árboles. El antiguo Rodera hubiera corrido con la relampagueante velocidad del periodista de entrega diaria y empuñado vertiginoso pico y azadín para que las juglandáceas tuvieran hoyo y alojamiento antes de que terminasen de serme ofrecidas. Mas no, pensé con imperturbabilidad sufí, estoicismo grecolatino, paz zen, armonía védica y budista desapego: me voy a poner a cavar ahora por los cojones.
¿He alcanzado pues la sentenciosa e indiferente sabiduría del
ser agrícola, con su comprensión de los
transcursos y la percepción de las estaciones? ¿O confundo este manso y
apacible don con la sencilla, con la humilde y doméstica resignación?
El calor, atributo de Lucifer, donde todo se funde y se soba es un territorio de espejos o espejismos así que también puede ser, claro, que me esté convirtiendo en un redomado vago.
El calor, atributo de Lucifer, donde todo se funde y se soba es un territorio de espejos o espejismos así que también puede ser, claro, que me esté convirtiendo en un redomado vago.
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