10 de junio de 2013
¿Puede existir el movimiento? Y si existe ¿podemos
colegirlo? Me empeño en refutar a Heráclito* bajando cada dos por tres al
mismo río. Y a Zenón, no alcanzando jamás a la tortuga… ¡sin haberle concedido
ninguna ventaja!
*ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε
En los mismos ríos entramos y [en los mismos ríos] no entramos; somos y no somos [los mismos].
Los pensamientos del
corredor en círculos tienden a ser circulares y en pensamiento nada hay más
circular que una paradoja. Una de las paradojas o aporías de Zenón de Elea (en
teoría planteó unas cuarenta, de las que Aristóteles glosa nueve o diez, cuatro
de ellas sobre el movimiento) es la célebre de Aquiles y la tortuga en la que pone en duda, si no la existencia
misma del movimiento sí su inteligibilidad o comprensión.
En realidad viene a ser la
misma paradoja de la dicotomía o bipartición de las distancias pero (¡ah!) dotada (como dice Jorge Luis Borges) de
un héroe y de una tortuga. Borges llega a afirmar en su Avatares de la tortuga que “a
esos competidores mágicos (junto con la sencilla serie matemática de
fracciones) debe el argumento su
difusión”. Yo también lo creo. La idea en realidad más que paradójica
es pueril: si las distancias se pueden partir infinitamente, el tiempo y
energía que las recorra debe ser asimismo infinito, lo que imposibilitaría
cualquier progresión. Antes de recorrer uno debo recorrer medio, antes de ese
medio la mitad; antes, la mitad de esa mitad… Así, el pélida de los pies
ligeros nunca podrá ni siquiera empezar a desgastar la ventaja concedida al
galápago.
Borges escribe también que le “gustaría conocer el nombre del poeta que la dotó (a la paradoja) de un héroe y de una tortuga”. Bien. Pues el poeta puede ser el mismo Zenón. O Aristóteles, que lo reproduce. O, prosiguiendo con el argumento lenticular, Parménides: inventor primero de todas las paradojas que Zenón se limita a volver a plantear (y que Aristóteles repite y que Borges se complace en y que yo aquí ahora…).
Borges escribe también que le “gustaría conocer el nombre del poeta que la dotó (a la paradoja) de un héroe y de una tortuga”. Bien. Pues el poeta puede ser el mismo Zenón. O Aristóteles, que lo reproduce. O, prosiguiendo con el argumento lenticular, Parménides: inventor primero de todas las paradojas que Zenón se limita a volver a plantear (y que Aristóteles repite y que Borges se complace en y que yo aquí ahora…).
*ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε
En los mismos ríos entramos y [en los mismos ríos] no entramos; somos y no somos [los mismos].
La paradoja de la flecha detenida o en reposo en un periodo de tiempo. Pero con un avión en vez de una flecha. Y con un pulpo gigante. |
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