19 de septiembre de 2016
Como he hecho
exactamente lo mismo que ayer —y en el mismo tiempo— Vuelvo a la acedia —o
acedía—. El demonio meridiano. El peor de los espíritus. Del griego akedia ἀκηδία, negligencia. Me parece
acertadísimo considerar la tristeza como negligencia*. De hecho es la tesis —y
la hipótesis y la síntesis— de estas tontas notas. Aislar o diagnosticar este
mal no arregla nada, claro. De hecho vuelve a echar la culpa sobre el triste.
Por llorón.
El que sabe
de esto, el jicho, repito, es el tío Evagrio. No suelo hacerlo, pero voy a
dejarle hablar. Quitando las mierdas de Dios y los rezos y tal, tiene más razón
—ji, ji— que un santo:
6.La acedia
Capítulo XIII
La acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se
vive según la naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la
tentación es para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo vigoroso.
El viento del norte nutre los brotes y las tentaciones
consolidan la firmeza del alma.
La nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente
que no tiene perseverancia del espíritu de la acedia.
El rocío primaveral incrementa el fruto del campo y la
palabra espiritual exalta la firmeza del alma.
El flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras
que aquel que es perseverante está siempre tranquilo.
El acidioso aduce como pretexto la visita a los enfermos [para
abandonar la celda], cosa que garantiza su propio objetivo.
El monje acidioso es rápido en terminar su oficio y considera
un precepto su propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve
brisa e imaginar la salida distrae al acedioso.
Un árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los
vientos y la acedia no doblega al alma bien apuntalada.
El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco
tranquilo, y sin quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no
da fruto de virtud. El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje
acidioso no lo es de una sola ocupación.
No basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no
basta una sola celda para el acidioso.
Capítulo XIV
El ojo del acidioso se fija en las ventanas continuamente y
su mente imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha
una voz y se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se
entumece.
Cuando lee, el acidioso bosteza mucho, se deja llevar
fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada
del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el
final de la palabra se fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los
párrafos, desprecia las letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el
libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego,
poco después, el hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acidioso es flojo para la oración y ciertamente
jamás pronunciará las palabras de la oración; como efectivamente el enfermo
jamás llega a cargar un peso excesivo así también el acidioso seguramente no se
ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta,
efectivamente, la fuerza física, el otro extraña el vigor del alma.
La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor
de Dios curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no
desistas antes de haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el
espíritu de la acedia huirá de ti.
Hago el
terrible descubrimiento de que la bebida —y el sueño— no espantan el odio ni el
afecto, sólo los baten y hacen rebotar contra el cráneo como un salvapantallas
de los noventa. Si funcionasen —y eliminasen para siempre estas ansias— iba a
dejar de beber su puta madre. A ver si con las carrerinas…
*Walter Benjamin in his study The Origin
of German Tragic Drama describes acedia as an indolence of the heart that affects
great men. A moral failing, a somber
feature in baroque tragic heroes, as Hamlet.