lunes, 1 de junio de 2015

La obligada compañía del corredor en círculos. Leviatán



1 de junio de 2015







Yo conozco tus obras: que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.

Porque tú dices: soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. 



Apocalipsis 3:15-16-17





Hala. Dos días seguidos dando tumbos. Sobrecompensando fuerte. Estoy de muy mal humor —y en una bajísima forma; supongo que ambos estados se influyen entre sí—. Quizá sean los resultados de las elecciones municipales y autonómicas: ligerísima inclinación hacia otras formaciones distintas a las —negligentes y codiciosas— de toda la vida. Nos piden los dientes para masticarnos las cosas y los usan para mordernos. Pero la gente no parece darse cuenta. Sigue habiendo un treinta y pico por ciento de abstención. No formo parte de jurados, no doy clase, no doy consejos. Porque no me gusta que cometan jurados, clases o consejos contra mí. Aunque quizá me vendría bien. Aunque quizá me haga falta. Aunque quizá lo esté pidiendo. Quizá no. Debería dejar de mirarme el ombligo —o de tratar de que esté más más para adentro—. Igual me hago estas teatrales preguntas porque a veces me siento un hombre encerrado en el cuerpo de… un señor.







La obligada compañia del corredor en círculos. Running on empty



31 de mayo de 2015



Siempre me resultó sugerente este título. Cualquier traducción de running on empty resulta, de forma inevitable, mermada. En primer lugar es una frase hecha; y su único mérito es el literal: corriendo en —o con el depósito— vacío. El ‘no me queda más’ o ‘lo he dado todo’ es tontorrón. Running on empty. Mejor.

Debería haber salido a dar brincos hace quince días —un hombre no corre con sus muñecas—, pero dilato la bobada hasta hoy, domingo, en el que me sorprendo diciendo a un conocido que corre por los niños con cáncer —solicitándome una colaboración— que los niños con cáncer deberían darme dinero a mí. Sin solución de continuidad, a otra persona que me pide que evalúe o pondere unas preguntas que ha redactado su hija para un trabajo universitario… prácticamente le recomiendo que la dedique a la prostitución.

Salgo, como digo, a las nueve de la noche, con luna llena, veintipico grados de temperatura y luz diurna, a correr. Y corro poco y mal. De hecho me vuelvo a tropezar —esta vez con el pie izquierdo— en una piedra similar cerca de donde me di la hostia hace un mes y medio. Pero no me caigo. No me da la gana. Luego, en la curva maléfica donde todo confluye, me descubro riendo a carcajadas pensando que todo —todo— lo que veo y vivo desaparecerá. Y que así debe ser. Ignoro de dónde procede este satánico dramatismo que me posee de vez en cuando. Debe ser el calor.